ESPAÑA TIERRA DE MARÍA

ESPAÑA TIERRA DE MARÍA

miércoles, 31 de octubre de 2018

EN LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

     La Iglesia celebra esta solemnidad en honor de todos los santos, o sea, de todos los fieles que murieron en Cristo y con Él han sido ya glorificados en el cielo. Esta fiesta nos recuerda, pues, los méritos de todos los cristianos, de cualquier lengua, raza, condición y nación, que están ya en la casa del Padre, aunque no hayan sido canonizados ni beatificados; nos invita a pedirles su ayuda e intercesión ante el Señor; y nos estimula a seguir su ejemplo, múltiple y variado, en nuestra vida cristiana. 

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

     ¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende mí un fuerte deseo.
     El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.
     Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, pongamos nuestro corazón en los bienes del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.
     El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con él. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.
     Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también, en gran manera, la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.
Oración:    Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los santos, concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor.  Amén.

San Bernardo (Sermones)

jueves, 11 de octubre de 2018

En el mes del Rosario, la Virgen del Pilar
     El año entero está salpicado de fiestas de la Virgen, y el mes de octubre está dedicado al santo rosario, subrayando la importancia de esta práctica piadosa en honor de María Santísima. El rosario es una oración que tiene a Cristo como centro: "bendito el fruto de tu vientre, Jesús". En cada misterio contemplamos algún aspecto de la vida de Cristo. Y esa contemplación la hacemos desde el corazón de su madre María. Con María, miramos a Jesús y vamos repasando los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, es decir, su nacimiento, su vida y su ministerio público, su pasión y muerte y su gloriosa resurrección.
     El rosario es una oración contemplativa, repetitiva del avemaría, en la que se trenzan el saludo del ángel y el de su prima Isabel y nuestra petición humilde "ruega por nosotros pecadores". Hace pocos días en la Visita pastoral, al regalar a los niños del cole un rosario, les explicaba en qué consiste este rezo repetitivo. Una niña preguntó espontáneamente: ¿Y no te cansas de repetir tantas veces el avemaría? Le respondí: En el rosario, María nos pregunta: "¿Me quieres?" Y yo le respondo: "Te quiero". Ella me pide: "Dímelo de nuevo". Y así, una y otra y otra vez. Se trata, por tanto, de un diálogo de amor, y cuando dos personas se quieren, no se cansan de decírselo una y mil veces. El rosario es aburrido si se tratara solamente de repetición verbal de unas palabras. Pero si es la expresión de un amor, el amor no cansa ni se cansa.
     Algunos han comparado el rosario con la oración de Jesús, que en el oriente es tan frecuente. Esa oración consiste en repetir una y mil veces la oración que aparece en aquellos que se acercan a Jesús pidiendo un milagro: "Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador". El libro "El peregrino ruso" lo explica muy bien. Es una oración que se pronuncia con los labios, pero que va calando progresivamente en el corazón, hasta identificarse con el mismo latido del corazón. "Jesús, ten piedad". Jesús es el centro, a quien se invoca, en quien se cree, en quien se confía, a quien se ama. Y de esa mirada contemplativa al que puede sanarnos y darnos su gracia, volvemos a nosotros, que somos pecadores y pedimos misericordia.
     En el rosario ocurre algo parecido: La mirada se dirige a María continuamente, repetitivamente. Con las palabras del ángel, con las palabras de Isabel. "Llena de gracia", "Bendita entre todas las mujeres". Y de ella volvemos a nosotros: "ruega por nosotros pecadores", con un añadido que pide humildemente el don de la perseverancia final: "y en la hora de nuestra muerte". El avemaría es una oración muy completa, cuyo centro es el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Cada misterio se inicia con el padrenuestro, la oración del Señor, y se concluye con el gloria a las tres personas divinas.
     Repetir una y mil veces este esquema tan sencillo, hace que el corazón descanse ya no tanto en las palabras, sino en la persona a la que se dirige: a María nuestra madre, a la que pedimos insistentemente que ruegue por nosotros pecadores. La llena de gracia en favor de los pecadores. He conocido muchas personas que han aprendido a rezar con el rosario. Al principio fijándose más en las palabras pronunciadas, después entrando en el corazón inmaculado de María, desde donde contemplar a Jesús en cada uno de sus misterios, donde María va asociada a la obra de la redención. Para muchas personas el rezo del rosario es una oración contemplativa, que introduce serenamente en la hondura del misterio de Dios de la mano de María, la gran pedagoga.
     Recemos el santo rosario. Recémoslo todos los días, en distintas ocasiones. Recemos el rosario en familia y por la familia, en estos días del Sínodo de la familia. Contemplemos cada uno de los misterios, tomando alguna lectura de la Palabra de Dios y haciendo peticiones por nuestras necesidades y por las del mundo entero.
     La Virgen del Pilar, que es venerada en toda España y muy especialmente en Aragón, nos alcance esa unidad de España que tanto necesitamos en los momentos actuales.
   Recibid mi afecto y mi bendición:


 + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, de una carta semanal.