“EVANGELIZADORES COMO SANTIAGO”
Queridos
hermanos y hermanas:
… Santiago Apóstol, el amigo
del Señor, el hijo de Zebedeo,
llamado a primera hora por Jesús en el mar de Galilea, con su hermano Juan, con
Pedro y Andrés, para hacerlos “pescadores de hombres”. Junto con Pedro y Juan formó parte del grupo de
los íntimos de Jesús, testigos de tres acontecimientos fundamentales de la vida
del Señor, la resurrección de la hija
de Jairo, la transfiguración en el Tabor y la agonía en Getsemaní.
Los Evangelios dan testimonio de la
vehemencia de los hijos de Zebedeo, que piden a Jesús que haga llover fuego
sobre los que lo rechazan, ganándose así el apelativo de “hijos del trueno”.
Dan testimonio también de su ambición, pues, con la ayuda de su madre, piden al
Maestro ocupar los primeros puestos en su reino. Pero al mismo tiempo nos
hablan de su generosidad y valentía al mostrarse dispuestos a beber hasta el
fondo el cáliz del Señor, algo que en el caso de Santiago se cumple en el año
44 en que, según nos atestiguan los Hechos de los Apóstoles, “Herodes Agripa
dio muerte por la espada a Santiago, hermano de Juan”, convirtiéndose así en el primero entre los
Apóstoles en dar su vida por Jesús.
Unos años
antes de la muerte martirial de Santiago en Jerusalén, según una piadosa tradición
conservada en los pueblos de España, el Apóstol vino a la Península como primer
heraldo del Evangelio. Él y sus discípulos
implantaron en nuestra patria las primeras comunidades cristianas. Así se
explica la temprana cristianización de España y el número abundante de mártires,
santos, escritores, monasterios y santuarios que surgen en nuestra tierra a
partir del siglo III. La tradición compostelana nos dice que poco después de su
martirio, los discípulos de Santiago trajeron su cuerpo a la Península,
sepultándolo en Compostela. Aquí comenzó su culto, interrumpido por la invasión
musulmana, hasta que liberadas estas
tierras del dominio musulmán, su sepulcro es descubierto en el siglo IX.
Comienza entonces el torrente de las peregrinaciones, desde España y desde el
continente europeo. El Camino a Compostela se convierte en camino de gracia
para millones de peregrinos, en camino de cultura y alambique en el que se
destila la cristiandad medieval y se conforma el alma de Europa.
La celebración de la fiesta del Apóstol evangelizador
y patrón de España es una invitación bien explícita a dar gracias a Dios por ser
cristianos, por el don gratuito de
la fe en Jesucristo que nos llegó por el trabajo
misionero de Santiago. Es una invitación a hacerla viva y operante. Es también
una invitación elocuente a renovar nuestro compromiso apostólico y evangelizador,
a asumir generosamente la misión que Jesús transmite a los discípulos, la misma que él recibiera del Padre: ir al mundo
entero y anunciar la Buena Noticia, que Él empezó a proclamar en Galilea, y que
el Apóstol Santiago traerá a nuestra Patria, enseñando lo que él ha visto y
oído, lo que ha palpado y tocado con sus manos (1 Jn 1,1), en su
convivencia inolvidable con el Hijo de Dios.
También nosotros somos destinatarios de este mandato.
Como a los Apóstoles, Jesús nos transmite su misión: anunciar y enseñar lo que nosotros hemos aprendido,
divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que Él nos ha devuelto la luz, la
vida y la esperanza. Como los Apóstoles de Jesús después de Pentecostés, hemos
de salir a los caminos, hemos de acercarnos a este mundo nuestro, fascinante y
atormentado al mismo tiempo, en progreso constante y simultáneamente lleno de
heridas, tan diversas y tan dolientes. En esta hora de la historia, magnífica y
dramática al mismo tiempo, hemos de ser testigos de la alegría cristiana, de la
paz, la reconciliación, la esperanza y el amor que nacen de la Buena Noticia
del amor de Dios por la humanidad. Hay demasiado dolor e infelicidad en nuestro
mundo como para que los cristianos creamos que ya está todo dicho y todo hecho.
Jesús y su Evangelio siguen siendo un tema pendiente en el corazón de muchos
hombres y mujeres de hoy, y a nosotros se nos ha confiado su anuncio desde las
plazas y las azoteas del nuevo milenio, en el que más que nunca estamos
emplazados a anunciar a Jesucristo como fuente de sentido, como manantial de
paz y de esperanza y como nuestra única posible plenitud.
Santiago Apóstol, amigo del Señor y testigo de Cristo
hasta el derramamiento de su sangre, nos invita a todos a ser testigos de
Jesucristo y a dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza con nuestra palabra explícita, sin miedo, sin
vergüenza y sin complejos y, sobre todo, con el testimonio convencido y
convincente, elocuente y atractivo de nuestra vida intachable, que muestre a
Jesucristo como único Salvador y único camino para el hombre.
Encomendándoos
al Apóstol Santiago, para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo
Pelegrina - Arzobispo de Sevilla