ESPAÑA TIERRA DE MARÍA

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viernes, 13 de octubre de 2017

DOMUND - JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES


     El próximo domingo 22 de octubre celebraremos la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, el popular DOMUND, una fecha muy apta para fortalecer nuestro compromiso misionero, que dimana de nuestra condición de discípulos de Cristo. En el mensaje que el papa Francisco nos ha dirigido con ocasión de esta Jornada nos dice que el Señor Jesús, el primer evangelizador, nos llama a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. La Iglesia, añade, es misionera por naturaleza. Si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo. Sería sólo una asociación entre muchas otras.
     La fe es un don, un don precioso de Dios que no está reservado sólo para unos pocos, sino que se ofrece a todos. No podemos guardarlo sólo para nosotros porque lo esterilizaríamos. Hemos de compartirlo, para que todos puedan experimentar la alegría de ser amados por Dios y el gozo de la salvación. El anuncio del Evangelio es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia y una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial, que no se queda en los caminos trillados, sino que sale también a los suburbios y descampados, para llegar a aquellos que aún no han conocido a Cristo.
     El Concilio Vaticano II nos encareció que la misión es un compromiso de todo bautizado y de cada comunidad cristiana. No es algo marginal en la vida de la Iglesia, sino algo que pertenece a su esencia más profunda. No significa violentar la libertad de los destinatarios de nuestro anuncio, si lo hacemos con respeto, sin obsesiones proselitistas, pero sí con entusiasmo y convicción, pues anunciamos al que es el Camino, la Verdad y la Vida del mundo, el manantial de una esperanza que nunca defrauda.
En su mensaje nos dice el papa Francisco que el mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. “Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta”. Añade el Santo Padre que “la misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio»”, como el propio Papa nos decía en Evangelii gaudium.
     Se dirige después a los jóvenes que son la esperanza de la misión. Muchos se sienten fascinados por la persona del Señor y su mensaje. Muchos sensibles ante los males del mundo, se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. A estos jóvenes les pide el Papa que sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra. La Iglesia desea comprometer a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.
     En este octubre misionero, y muy especialmente en la Jornada del DOMUND, hemos de pedir insistentemente al Señor que mire a los ojos de los jóvenes de nuestra Archidiócesis, chicos y chicas, para que sean valientes y sean muchos los que se decidan a seguirle en el sacerdocio o en la vida consagrada, de manera que dediquen su vida al servicio de la Iglesia, al servicio del anuncio del Evangelio y al servicio de sus hermanos. ¿La recompensa? La alegría y la felicidad desbordante que yo he contemplado en los rostros de los misioneros y misioneras sevillanos cuando me visitan con ocasión de sus vacaciones. Puedo asegurar que no he conocido personas más felices en su entrega al Señor, a la evangelización y a sus hermanos, especialmente los más pobres.
     Pero la llamada a la misión no es exclusivamente para los jóvenes. Todos, también los adultos, cualquiera que sea su edad y condición, estamos llamados a comprometernos valientemente en el anuncio de Jesucristo en nuestro entorno. España es hoy ya un país de misión. Son muchos los conciudadanos nuestros que han abandonado la fe o la práctica religiosa. Son muchos los ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo, y son muchos los cojos que van tambaleándose por la vida y necesitan apoyarse en el Señor. Nosotros se lo podemos mostrar, compartiendo con ellos el tesoro de nuestra fe.
     No olvidemos la oración diaria y los sacrificios voluntarios por las misiones y los misioneros. Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, murió a los 24 años en el Carmelo de Lisieux. Allí fue misionera orando e inmolándose por las misiones. No olvidemos tampoco la ayuda económica el próximo domingo. Seamos generosos en la colecta.
     Que la Santísima Virgen nos ayude a todos, jóvenes y adultos, a ser valientes y a comprometernos en la misión. Para todos y muy especialmente para nuestros misioneros y misioneras diocesanos, mi abrazo fraterno y mi bendición.


+ Juan Jose Asenjo Pelegrina - Arzobispo de Sevilla





Cuentas de otoño, por la cuenta que nos tiene

[...] Hoy hablaré de otra cosa. No tiene botón de pausa el calendario. Y las hojas de los días van cayendo como las de los árboles en esta época otoñal. Poco a poco irán cambiando los paisajes revistiendo su entorno de color pastel, mientras suavizamos los incipientes tiritones con las primeras prendas de abrigo. En este mes de magia y calma, los cristianos vivimos una advocación mariana llena de sabor en nuestra tradición espiritual: el santo rosario.
     Todavía recuerdo en mi casa, cómo algunas tardes de otoño terminábamos el día rezando a la Virgen cinco misterios del rosario. La abuela convocaba y ella dirigía, y los demás, con desigual afición y afán, nos dejábamos poco a poco enganchar con esa oración que al final la sentíamos como una plegaria nuestra y sencilla. No he dejado nunca de rezar el rosario. Aunque luego haya aprendido otras formas de orar, me parece un modo realmente evangélico de recorrer los pasos de esa historia de salvación a la que también cada uno de nosotros pertenece. Particularmente cuando voy en el coche en mis viajes, o cuando camino de acá para allá, cuando subo a la montaña en silencio, cuando tengo un momento calmo de paz. Son ocasiones preciosas para vivir como hijo de Dios, como hijo de María, los avatares en los que la vida me lleva y me trae.
    Rezar el Padrenuestro al comienzo de cada misterio es un modo de recordar la oración de Jesús, la plegaria cristiana por antonomasia, cuando llamando como hijos al Padre Dios y santificando su nombre, le pedimos que venga su Reino, su sueño y proyecto de amor; que nos conceda buscar y hacer siempre su divina voluntad como en el cielo y en la tierra tantos seres la buscan y la hacen fielmente; que no deje de darnos el pan cotidiano y de suscitar en nosotros el perdón que nos hace parecernos a Él; pidiendo al final que el maligno y su mal no nos ganen nunca la partida.
     Pero lo mismo decimos a nuestra Reina y Madre cuando con las palabras del arcángel Gabriel también la saludamos con el saludo del “alégrate por estar llena de gracia”, y porque estando el Señor contigo a nosotros se nos allega. No olvidamos en las diez Avemarías de cada misterio, que somos pobres, pequeños y pecadores, y que necesitamos el ruego materno de Santa María la Madre de Dios, ahora y siempre, especialmente en el momento de nuestra muerte. Y así concluimos recitando la alabanza a la santa Trinidad, dando gloria al Padre amante, al Hijo amado, y al Espíritu amor.
      Rezar el rosario tiene esta entraña de vieja oración, con la que tantas generaciones cristianas, tantas personas sencillas y buenas han querido rezar la vida, esa vida que, como sucede con los distintos misterios que componen esta oración mariana, está tejida de gozo, de dolor, de luz y de gloria. Son los colores de nuestra biografía humana y cristiana: la alegría de nuestros gozos, las pruebas de nuestros dolores, el resplandor de nuestra luminosidad y la gloria de nuestra esperanza. Rezar el rosario es como rezar la vida, viviéndola bajo la intercesión dulce y discreta de quien el Señor nos dio como Madre que acompaña nuestros lances y trances en esta hora que nos toca vivir tan llena de motivos para orar con San Pedro Poveda: Madre mía de Covadonga, sálvanos y salva España.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo