Voy a comulgar…
El sacerdote ha pronunciado las palabras
terribles, que la piedad carnal llama consoladoras: "Señor, yo no soy digno...". Jesús va a llegar, y debo prepararme para recibirlo, y no tengo
más que un minuto... dentro de un minuto Él estará en mi morada.
Yo no recuerdo haber barrido esta casa, donde Él va a entrar como un rey o "como un ladrón"; pues no sé qué pensar de esta visita. ¿He limpiado siquiera
alguna vez mi morada de impudicia y de carne?
La miro, con una pobre mirada de
espanto, y la
veo llena de polvo y basuras. En toda ella
hay un olor a putrefacción y a inmundicia. No me atrevo a examinar sus
rincones. En los sitios menos oscuros, advierto manchas horribles, antiguas y
recientes, que me recuerdan que he masacrado a inocentes, -¡a cuántos inocentes
y con qué crueldad!-
Las paredes están cubiertas de podredumbre y su fría humedad me hacen
pensar en las lágrimas de tantos desdichados que me han implorado en vano,
ayer, anteayer, hace diez, veinte, cuarenta años... Pero ¡qué!... Allá, delante de esa puerta descolorida, ¿qué
monstruo es ese, que no había visto antes, y que se parece a uno que a veces
entreveo en el espejo?...
¡Ah, verdaderamente es
necesario ser Dios para entrar sin temor a semejante casa!
¡Y Él ya está llegando! ¿Cuál será mi actitud, qué voy a decir, qué voy a hacer?
Absolutamente nada.
Antes de que El haya transpuesto el umbral, yo no estaré ya ahí, habré
desaparecido, no sé cómo, pero estaré infinitamente lejos, entre las imágenes
de las criaturas. El entrará solo, y limpiará Él mismo la casa, ayudado por su
Madre, cuyo esclavo pretendo ser, y que en
realidad es mi humilde sierva. Cuando Ellos hayan partido, el Uno y la Otra,
para visitar otras cavernas, yo regresaré y traeré otras inmundicias…
LÉON BLOY (1912 - FRAGMENTO
DE SU DIARIO)
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